Era lo más parecido a volar. Había que esperar. A veces la
fila era infinita. Demasiada chiquillería para cuatro columpios. Pero tras la
impaciente espera, llegaba el desquite. Tomar impulso y despegar hasta las
nubes. Ir y venir sintiendo el viento en la cara y la alegría desbocada en el
corazón. Aterrizabas, las manos olían a hierro y la vida a felicidad.
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